lunes, 23 de marzo de 2015

Juan José Lhara



Sentirse parte de algo o no sentirse parte de nada; el principio del sentimiento de existencia. Un sentimiento que emerge de la niebla. El alma que se abre paso desde la cadencia rítmica del humo de un cigarro. Caminamos recorriendo mil caminos, buscando un modelo de moral, una manera de dilucidar que esta bien y que mal. El correcto comportamiento para ser ejemplar. Todo comienza con la nada, con el vacío desgarrado por el errante traqueteo del ente, que surca la estepa fría y yerma del conocimiento, de las metas que nos imponemos y nos llevan a superarnos. En un mundo etéreo, evanescente, donde no hay nadie, donde lo que creemos conocer se desvanece, donde los sueños parecen más reales y nosotros la desconexión de un mundo cargado de pudores, tópicos y prejuicios. Un mundo donde no somos nada. Donde la visión atroz del vacío, que abre sus fauces a punto de devorarnos nos sobrecoge, nos hace temblar de terror sin poder gritar. Y, de repente, nos rendimos a la visión catatónico, y nos arrojamos al vacío. Es en ese momento, cuando nos desprendemos de todo cuanto nos ancla al mundo, y, por un efímero instante, nos sentimos vivos, nos sentimos parte de algo, sentimos que estamos en el mundo. De este modo, el ser irrumpe en nuestra realidad. Es entonces, cuando la imagen de nosotros mismos, la figura inmortal, avanza impasible, rompiendo con el espejo, que lo mantuvo cautivo, para ocupar el lugar que le pertenece en las líneas de la historia.

domingo, 8 de marzo de 2015

Dudosas Metamorfosis, Leonor Fini. 1953

¿Quiénes somos en realidad? Luchamos por vivir, dentro de un mundo donde es vital formar parte de algo, que de un sentido a cada paso que damos. Nos imponemos metas, deseamos ser algo, que afirme nuestro ser, que nos diga quienes somos. ¿Qué es la realidad? Una realidad que nos exige que creamos, que sigamos un código. ¿Somos nosotros la realidad o solo un producto maltrecho de ella? No se que somos. No se si somos buenos, si somos alguien, que camina o se desliza, que deja de soñar para luchar o sueña para dejar de luchar. Si realmente formamos parte de esta realidad o si esta existe por casualidad. No alcanzo a entender el sentido del ahora, cuando el pasado nos acecha constantemente y el futuro nos ahoga, con vacuas fantasías. Si existe una realidad es perversa, o quizás  un depredador que se rige por su instinto natural. Una extensión de nosotros mismos que nos devora, y de la que gozamos al ser devorados. Vivimos vinculados a emociones, fragmentos del pasado, creencias eternas y poderosas, a versos y leyendas. Somos el fascículo de una historia por terminar o de una historia que hace tiempo terminó. ¿Somos dueños de lo que somos? Observamos el mundo incrédulos, llenos de la alegría que nos sobrecoge al contemplar que todo sigue igual, que seguimos siendo lo que eramos ayer, que junto a nosotros permanecen las personas que completan nuestro hacer de la historia una floreciente emanación de un día soleado. ¿Quién ve la luz cuando solo hay oscuridad? ¿Como cerrar los ojos cuando nunca los tuvimos abiertos? El primer halo de vida es expresado a través del llanto. Cristalino suspiro de felicidad en las mejillas de quienes contemplan por primera el silencio roto por la existencia, que se manifiesta con toda la fuerza que el universo puede contener. Salada marea que arremete contra la realidad y nos hace participe de ella, de la belleza que contiene. Crecemos en el llanto y la sonrisa. En la luz y la oscuridad. ¿Qué ocurre cuando no hay luz? ¿Cuando abrimos los ojos tanto que parece salirse de las cuencas con el único y efímero deseo de volver a recordar la belleza de ese momento en el que el ser se introduce en el frágil cuerpo del recién nacido? En la reminiscencia morimos, sentimos el espejismo del ser, dejando al ente la certeza de la fragilidad, del proceso imparable de metamorfosis.
http://www.leonor-fini.com/fr/peintures/#prettyPhoto[huiles]/42/




sábado, 13 de diciembre de 2014

Perdidos en los ríos repletos de recuerdos



¡OH Ofelia! Cuan cruento fue el destino. La sombra del ayer aún atormenta el presente y turba la armonía del joven corazón enamorado. Mi bella Ofelia hace tiempo que partiste a bordo de la fantasmal embarcación. Teñida quedó la tierra con la sangre de la venganza. Venganza, cuervo surgido de los confines del pasado, despiadado mensajero, portando en tu pico la daga, que siembra el dolor en las mejillas de los jóvenes, y arrancas la bondad para, en su lugar, emponzoñar con la ira y el rencor sus almas. Y tu, mi amada Ofelia, pagaste tan alto precio por los pecados de los hombres, contemplaste las espadas tintadas de miedo, mientras tu querido padre cubierto por la purpúrea cortina y tu hermano henchido de dolor, agonizando entre las gélidas miradas, sin albergar posibilidad de ver el mañana. Mientras yo, mi señora, tendido en el suelo abrazando en el suelo tan cruento destino, sintiendo el abrasador beso del veneno en mis venas, abandonado, rodeado de vengativos espíritus. Poco a poco siento que las fuerzas me abandonan, la vida escapa lentamente por mis heridas. Comparezco ante Dios, suplicante, rogando poder ver una vez para toda la eternidad el rostro de mi angelical Ofelia.

domingo, 30 de noviembre de 2014

La habitación en la que una vez soñé volar


Me siento perdido. ¿Es esta la palabra?. No, más bien me siento atrapado en este lugar. Todo es recuerdo, una ilusión reconfortante. Hasta que de nuevo la realidad atenaza. Me arranca la vida poco a poco y me aleja de mis sueños. No me queda nada, tan solo la angustia de sentirme anclado a la tierra. No pertenezco a este lugar. ¿Dónde está mi lugar? Hace tiempo lo perdí y con él mi identidad. Ya tan solo me quedan las líneas dibujadas, el último refugio, un trozo de mi ser al que aferrarme, surcando la nada a la deriva del olvido. ¿Quién me recordará? ¿Quién conservará mi nombre, mi esencia? ¿Quién mantendrá la pureza y el amor que un día albergue en mi corazón?. La intriga nos arrastra a la desesperación de la incógnita. Un huracán feroz, manchado por la sangre de esta navaja, fría y constante, rozando la piel, acercándome de nuevo a la realidad, y, a la vez, tan familiar, tan veraz. Bálsamo para el cuerpo, que me devuelve mi reflejo, los restos del tiempo y la calidez purpúrea del presente, serpenteando los trazos de una obra viva, expresión de mi ser, de mi existencia, de mi tiempo. Ríos, noches, campos y seres. Todos recogidos en una gota tintineante y hermosa. Toda una paleta impregnada de ella, una luz cercana y solitaria, perfecta y soñadora. Álzate y baña las paredes de esta caverna. Revela la magia que escondes para ti y compártela con tu fiel servido, tu esclavo. Manifiesta el secreto de esta vida, sin fe, sin un foco que perseguir, nada más que las ilusiones creadas por esta mano, que da y quita la vida por igual. Con cada surco en esta tela deja parte de ella, de esta vida y le otorgo las piernas capaces de recorrer los tiempos. Estas obras, que enmarca la realidad, impidiéndoles volar, son mi libro de metafísica por tomos, la soleada mañana de una noche estrellada en el bulevar de las sonrisas perdidas. 

jueves, 21 de agosto de 2014

El silencio de la luz de tu mirada

Mar (Jávea), por Sorolla, 1905, Museo Sorolla.

Arrullados por las cristalinas miradas nos encontramos en el fondo de las estrellas, que apagan su canto en las profundidades serenas de un cálido atardecer. Vemos el tiempo pasar, como se desvanece entre las ondas, que se llevan nuestros besos y nos traen el recuerdo de cuantas sombras dejamos atrás. La tarde cae y seguimos en silencio, contemplando la luz verterse sobre nuestras almas. Observamos con delicada quietud como el sol se oculta en las aguas de este mar atrapado en el vuelo del mosquito, que asienta sus patas cansadas sobre su rostro, lo acaricia y despide para de nuevo emprender su vuelo. En cambio, nosotros permanecemos sentados en este banco, confesándole al sol que la vida no termina e implorándole que el presente sea eterno y el pasado un bien fugaz, que no regrese sino en la memoria. Y sentimos el frío tiempo entumecer nuestros miembros y de pronto nos encontramos con una luz artificial, ante el mismo mar donde las ondas expiraron y el reflejo ya no es el mismo. Donde los insectos no desean volver a volar. Pero, donde de nuevo, nuestras almas se vuelven a encontrar.

lunes, 3 de marzo de 2014

El retorno que anhelamos recorrer

Walter Crane. Los Caballos de Neptuno

En el fragor eterno entre la naturaleza y el hombre, entre el dios y el mortal, rompe con fuerza contra el impotente titan rocoso, desgastando su férrea armadura. Guarida de nadies, que buscan cobijo en la húmeda caverna, resguardándose de la luz devastadora, de las fuerzas divinas, que arremeten constantemente contra la debilidad del ser, de sus deseos de crecer. Ante ellos, cientos de corceles aguijoneados por el barbado ser, blandiendo la bravura, el salvajismo de la naturaleza que todo lo envuelve, que todo lo devora. A su paso, tan solo vida. Suaves pisadas jamás imaginadas de tan brioso jinete. Bajeles arrastrados a la miseria del olvido en lo más profundo de sus entrañas. Lecciones grabadas en las embarcaciones, en sus velas y marineros, que desisten, que se entregan a los vaivenes de las tormentas, que arrancan sus ropajes dejando tan solo harapos por sueños de alcanzar las orillas de sus amadas tierras, vagando eternamente por los confines de los mares. Mil historias quedan atrapadas en los pliegues de sus espumosas crines. Historias susurradas a la brisa que las llevan a tantas esposas e hijos que esperan pacientes la llegada del joven guerrero, que partió tiempo ha a la batalla, y que con el rostro impregnado del dolor tornara a la tierra que le vio nacer, adquiriendo su rostro la serenidad de hallar el sosiego de la arena que cubrirá sus parpados por toda la eternidad. No hay mares, ni dioses que puedan callar la voz que nos llama a las filas del recuerdo prendido de la fragancia de la mujer amada.

lunes, 17 de febrero de 2014

La verdad perdida en el bullicio de las gradas

Los espectadores en las Arena en Arles, Vincent van Gogh 
Reunidos hablamos sin hablar, relación vacía entre el ente que aspira llegar a ser, que en su desesperación odia al prójimo, que lleno del rencor mira al exterior, fingen creer, crecer, ser felices, asisten con normalidad a los espectáculos a llenar la inexistencia con las chanzas y dramas ajenos. Las gradas se convierten en reflejo de la vida interior, del alma, la hipocresía del día a día, protegiéndose con los parasoles de la verdad, saliendo de noche, en la nublada visión de la realidad, la mentira es sangre, sangre que cubre las pálidas mejillas de tantas flores, que poco a poco, noche tras noche, en teatros y salones, a la luz de la vela se marchitan y mueren en el silencio de la soledad, dulces y eternas sin conocer la verdad. El desconocimiento de la verdad como esencia de todos los hombres, elemento que nos convierte en iguales. Lo único que nos queda es seguir el camino de una felicidad lejana e ilusorio, que se presenta como cercana pero que conforme nos acercamos se diluye, retando nuestra alma al desasosegado camino de la virtud, es lo cual lo que nos diferencia de los demás, es lo que nos hace únicos, lo que nos convierte en seres especiales, en distintos de los demás, en aquellos que llenan la parte vacía de la grada.