Sentirse parte de algo o no sentirse parte de nada; el principio del sentimiento de existencia. Un sentimiento que emerge de la niebla. El alma que se abre paso desde la cadencia rítmica del humo de un cigarro. Caminamos recorriendo mil caminos, buscando un modelo de moral, una manera de dilucidar que esta bien y que mal. El correcto comportamiento para ser ejemplar. Todo comienza con la nada, con el vacío desgarrado por el errante traqueteo del ente, que surca la estepa fría y yerma del conocimiento, de las metas que nos imponemos y nos llevan a superarnos. En un mundo etéreo, evanescente, donde no hay nadie, donde lo que creemos conocer se desvanece, donde los sueños parecen más reales y nosotros la desconexión de un mundo cargado de pudores, tópicos y prejuicios. Un mundo donde no somos nada. Donde la visión atroz del vacío, que abre sus fauces a punto de devorarnos nos sobrecoge, nos hace temblar de terror sin poder gritar. Y, de repente, nos rendimos a la visión catatónico, y nos arrojamos al vacío. Es en ese momento, cuando nos desprendemos de todo cuanto nos ancla al mundo, y, por un efímero instante, nos sentimos vivos, nos sentimos parte de algo, sentimos que estamos en el mundo. De este modo, el ser irrumpe en nuestra realidad. Es entonces, cuando la imagen de nosotros mismos, la figura inmortal, avanza impasible, rompiendo con el espejo, que lo mantuvo cautivo, para ocupar el lugar que le pertenece en las líneas de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario