martes, 9 de abril de 2013

Shiner


Esta obra fue realizada por Pepe Noja en acero para el Parque del Príncipe de Cáceres, ejemplo de la doble funcionalidad que se aspira conseguir con estas obras vencidas por la fuerza de la naturaleza o soberanas sobre éstas. La naturaleza como fuerza ilimitada y como museo abierto, donde el saber de cada uno de sus rincones fluye libre, embargando todo el espacio hasta el corazón del visitante, que pasea desligado de la frenética marcha del museo urbano del ruido y la contaminación visual, dejándose seducir por la magia de la interacción de la obra y su entorno. La obra se compone de una barra de gran grosor que define toda la estructura por ser el único elemento del que se sustenta. Formas convulsas que se retuercen, que luchan por librar la forma de la curva, del artificial movimiento que les impulsa eternamente a completar la nada de la que se encuentran prisioneros. Una estructura que juega con las formas pero también con los espacios vacíos por los que la libertad del viento desdeña el sufrimiento del Laocoone apresado por las serpientes o por el ser que atrapado en la inexistencia del existencialismo lanza un desgarrador grito a la nada de su alma perdida, naufragada en la avenida fría y eterna de la soledad, de la carrera por aspirar a alcanzar al viento raudo, que despega sus pies del suelo para recorrer los sueños de tantos niños cuya inocencia les mantiene dormidos y felices.
Pero, ¿qué es verdaderamente la libertad?, ¿a qué aspira el ser humano durante y después de la inocencia?. La libertad, como nos dira Kierkegaard, es un golpe, es angustia, y es esa angustia la que genera el vértigo ante la libertad. Un vértigo, que, como nos dirá Poe, genera un sentimiento sublime de repulsión y atracción, de algo que nos dirá Kant, está por encima de la razón y el sentimiento, que está en el alma indicándonos prudentemente que nos alejemos del abismo, pero que a la vez nos instiga con ferviente placer a contemplar el vacío después del abismo, a lanzarnos y hundirnos en la sensación de intemporabilidad de un instante y después nada, solo el golpe atronador de la libertad sobre nuestra sien, latiendo con fuerza, es la conciencia del ser humano sobre si mismo. Ya no hay una inocencia a la que abrazarse, ya no hay felicidad ante la vida que nos hes entregada, tan solo hay una lucha contra el destino y el tiempo, esa lucha trágica de los héroes clásicos contra un destino al que se entregan resignados, prisioneros de la libertad, que con cadenas nos llevan hasta la falacia del sin fin de decisiones, que habremos de tomar y que definirán el cauce de este río hacia un limite. El existencialismo como producto del pecado, como elemento definidor del alma, como paso de esa inocencia general al individualismo concreto, el paso de la protección del hogar a la lucha de la calle contra uno mismo, como nos dirá Herman Hesse. La búsqueda de la felicidad o la acción de supervivencia, la desesperación ante la no hallada salvación o ante la incierta existencia, el todo y la nada, el saber como libertad o como prisión, esta obra como un ser o como una prisión sin función, el objeto que no es nada y que lo puede ser todo, la carencia de la utilidad, el objeto desligado de la materialidad utilitaria, erigiéndose como espíritu natural y universal, como ente soberano, como referente metalizado del alma abstracta que no libra una batalla igualada contra su ser y su destino sino que es vencido, derrotado, atrapado por las atenazadoras fauces de la vida, sumido en la angustia de una forzada libertad, donde la decisión se convierte en el parangón de la muerte, de ese sublime vértigo de abandonar la mundana realidad y trasciende a la confusión de las formas donde dos polos de un mismo objeto se encuentran, rompiendo la armonía de los opuestos, llevando el caos imperante, y que es ocultado mediante la necesidad del orden, y este engaño continuo se convierte en la sensación de hinchazón equiparable con la de un ojo morado (shiner).


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