lunes, 3 de marzo de 2014

El retorno que anhelamos recorrer

Walter Crane. Los Caballos de Neptuno

En el fragor eterno entre la naturaleza y el hombre, entre el dios y el mortal, rompe con fuerza contra el impotente titan rocoso, desgastando su férrea armadura. Guarida de nadies, que buscan cobijo en la húmeda caverna, resguardándose de la luz devastadora, de las fuerzas divinas, que arremeten constantemente contra la debilidad del ser, de sus deseos de crecer. Ante ellos, cientos de corceles aguijoneados por el barbado ser, blandiendo la bravura, el salvajismo de la naturaleza que todo lo envuelve, que todo lo devora. A su paso, tan solo vida. Suaves pisadas jamás imaginadas de tan brioso jinete. Bajeles arrastrados a la miseria del olvido en lo más profundo de sus entrañas. Lecciones grabadas en las embarcaciones, en sus velas y marineros, que desisten, que se entregan a los vaivenes de las tormentas, que arrancan sus ropajes dejando tan solo harapos por sueños de alcanzar las orillas de sus amadas tierras, vagando eternamente por los confines de los mares. Mil historias quedan atrapadas en los pliegues de sus espumosas crines. Historias susurradas a la brisa que las llevan a tantas esposas e hijos que esperan pacientes la llegada del joven guerrero, que partió tiempo ha a la batalla, y que con el rostro impregnado del dolor tornara a la tierra que le vio nacer, adquiriendo su rostro la serenidad de hallar el sosiego de la arena que cubrirá sus parpados por toda la eternidad. No hay mares, ni dioses que puedan callar la voz que nos llama a las filas del recuerdo prendido de la fragancia de la mujer amada.