Contemplo la existencia a través de la inmaculada perfección de la ventana, que osada escruta mi alma a la luz de esta apagada vela, o sociedad, dormida emperatriz, despierta y reclama tu lugar frente a este ser, que me observa con incomoda firmeza, revelando mis inseguridades, las verdades que la moral sin profanar esconde. Pero ¿qué es la moral sino una falacia en boca de necios? La moral ya no eres tu mi fiel reflejo, por muy seguro que contemples la vida, desconoces el significado que ella esconde, y que simbólicamente te administra. Pero no estás preparado para conocer, para pararte a contemplar el mundo, pues prefieres juzgarme, hacer tambalear el inquebrantable templo que se esconde en el maletín del doctor, maestro del bálsamo que confiera fuerza a esta mirada, o en una botella de absenta con dos azucarillos, que transmita vigor por un momento a este corazón. Tanta moral empaña mis gafas impidiéndome ver a los idiotas, que la proclaman con sucia boca, escupiendo sobre Aristóteles y Nicomaco, dejando tras de si el halo de la putrefacción que consume sus vidas y los deja vacíos a las fauces del destino. Y yo permanezco delante de mi, indagando en el ser que contemple mi existencia, esperando a mi estrella, anhelando su cálido tacto y recorrer junto a ella las calles de París, enseñándome a no huir de mi reflejo y enfrentarme cada día con mirada firme y segura al ser que quiero ser.
Obra empleada: Autorretrato delante de un espejo realizada por Henri de Toulouse-Lautrec en 1882
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