Los espectadores en las Arena en Arles, Vincent van Gogh
Reunidos hablamos sin hablar, relación vacía entre el ente que aspira llegar a ser, que en su desesperación odia al prójimo, que lleno del rencor mira al exterior, fingen creer, crecer, ser felices, asisten con normalidad a los espectáculos a llenar la inexistencia con las chanzas y dramas ajenos. Las gradas se convierten en reflejo de la vida interior, del alma, la hipocresía del día a día, protegiéndose con los parasoles de la verdad, saliendo de noche, en la nublada visión de la realidad, la mentira es sangre, sangre que cubre las pálidas mejillas de tantas flores, que poco a poco, noche tras noche, en teatros y salones, a la luz de la vela se marchitan y mueren en el silencio de la soledad, dulces y eternas sin conocer la verdad. El desconocimiento de la verdad como esencia de todos los hombres, elemento que nos convierte en iguales. Lo único que nos queda es seguir el camino de una felicidad lejana e ilusorio, que se presenta como cercana pero que conforme nos acercamos se diluye, retando nuestra alma al desasosegado camino de la virtud, es lo cual lo que nos diferencia de los demás, es lo que nos hace únicos, lo que nos convierte en seres especiales, en distintos de los demás, en aquellos que llenan la parte vacía de la grada.