domingo, 17 de marzo de 2013

Sobre el amor sublime

En lo más profundo del alma donde el dolor y el placer se confunden, donde la vida y la muerte como una espiral se nutren de los sueños y la fantasía surge lo sublime como una danza macabra que recorre las calles, que serpentea el cauce de los días y descarga sobre el mortal dolor de la moral su segadora faz, despertando de repente del sueño dogmático o de la prosa mundana de la realidad. Elevado sentimiento por el séquito de feligreses que creen portar la imagen de la vida, imagen ilusoria, hechizo jocoso para el ojo sensible, que huye del miedo mordaz que amordaza el corazón, que hiela la razón, que genera escarcha para no contemplar la figura que su estandarte porta, y que desmembrada se reduce a la nada. No hay visión, no hay corrosión, no hay calles oscuras o arte bello en el que el goce poder deleitarse. No hay nada. Y en esa nada una luz se enciende y vislumbramos la más puro y hermoso del ser; el amor sublime. Un amor que lo envuelve todo, que diseña cada retazo del recuerdo, que confecciona cada perfecta simetría del Demiurgo, que ya no es creador sino siervo creado por la razón, un súbdito más de este amor que va más allá del bien o del mal, que no distingue de hombres cobardes o valientes, pues nada existe y todo se ve en lo profundo de la llama que un día se llamo amor y que hoy sobre las estrellas de todos los dioses se reconoce como el más sublime amor.